sábado, 29 de diciembre de 2012
Ajedrez - Beatriz Arias
1
No pasaré ligero por la rosa
me quedaré contándole una historia infinita
los ojos arrojan sus espejos plateados
y el amor queda entonces
detenido en el aire.
No pasaré ligero como el viento
que se lleva las cenizas del otoño,
me quedaré vencida y permanente
en el hondo viaje de los pájaros.
No pasaré ligero por el libro,
me hundiré en la acrobacia de letras y canciones.
El tiempo hará una lenta elocuencia de pasajes
y quedarán pintados
los sueños de los tréboles.
37
Parte de Dios este día
que espera la noche
con estrellas sonámbulas.
Parte de Dios
el alboroto de los pájaros
que me clavan en el pecho
su presencia viva.
106
En el cansado reloj del novicio octubre
cuando la casa aturde con su esqueleto de ladrillos,
en el viejo patio alunado de geranios
donde viajan azules los fantasmas de otro siglo,
en los ojos plateados del espejo
que en la caricia húmeda, se velan, se desarman,
pasa mi historia,
besos y sombras muertas,
mudas arañas amarillas
de un sol eterno.
de Ajedrez (2012)
viernes, 28 de diciembre de 2012
cielos paralelos - Daniel Arias
6
Busco en el corazón el arpegio luminoso
la decisiva levedad
el bailarín solitario y su aire gris de ángel
polen sobre la tierra.
No en el fuego o en las altas escalas
no en el viaje circular de la locura
busco en la corriente oscura
ese río de aceitados corredores
un caer continuo en espirales largas.
Busco en el sueño los rincones vacíos
y las torres blancas de la memoria
la nave abrasada por estrellas
la sal marina del naufragio
en apagados murmullos de espuma,
busco a los pescadores que hundieron
su encantamiento sin brújula
busco las redes
la llave del arca
y en la sombra el arco leve
en su quietud,
en soledad perpetua,
busco a Dios.
19
Con el arco de su mano deshace
el orden opaco y alineado de las horas.
Su giro celeste alcanza.
El milagro de la noche
cede una estrella,
un pensamiento roza el espejo,
ligera es la niebla de los pescadores
y su red tejida por peces,
nosotros aquí, con el amanecer en brumas
todavía demasiado lejos.
51
El tiempo continúa lentamente afuera de la casa,
tan solitario como dos extensiones que olvidaron su nombre.
El hombre abandona entonces la mesa, el vaso, los temores,
y marcha, marcha y marcha.
Reposa en los bordes del camino
junto a mujeres y viejos, marcha en silencio.
Cada llanura, cada piedra y cada flor,
todos conocen los cielos
que la deriva largamente pone en los ojos.
El camino es antiguo
y el hombre que anda se sostiene en el tiempo,
ciudades, reyes, bosques, perlas, batallas, arcilla,
imagen, cimiento, claustro, límite, maravilla y medida,
todo se extiende bajo la dimensión de su mano,
todo cristaliza junto a los vibrantes silencios.
¿Que busca el viento?
¿Quién se bebe lo transparente?
¿Cómo se fatiga el cielo?
Magia y dogma se precipitan
en un cortejo dividido sobre la marcha sola,
como es sola la sombra encadenada al dolor.
Con la visión de la tierra que respira en bocanadas delante suyo
fundiéndose sobre la espalda como un parto transformado,
va con su palabra abandonado a los escudos y los filos,
grande como un reino, ligero como el polvo,
como una estrella.
de cielos paralelos
sábado, 27 de octubre de 2012
Adán, Eva y Dios - Candelaria Rojas Paz
"Claro está!...
Ni él ni ella
saben
lamerse solos las heridas"
dijo Dios,
con una mínima sonrisa,
los ojos empapados
y la lengua ensangrentada.
Nadie sabe aún
si era de ellos
o de él mismo
ese rojo inconfundible.
Solo sé
que a veces
lo escucho
aullando como un perro.
Ni él ni ella
saben
lamerse solos las heridas"
dijo Dios,
con una mínima sonrisa,
los ojos empapados
y la lengua ensangrentada.
Nadie sabe aún
si era de ellos
o de él mismo
ese rojo inconfundible.
Solo sé
que a veces
lo escucho
aullando como un perro.
Ella - Marcelo Leites
Al amanecer reuniste
unas piedras
sólo para demostrarme
cómo te pesan en la mano,
mientras el pasto crece
y hay hongos en las paredes
y libros por todas partes.
Con una mirada aguda
sostenés esas piedras
y por fin las tirás al agua.
Las piedras hacen sapitos
y me devuelven más arriba
donde mi mano, a la vez,
trata de sostenerte
y cae
al costado de los días.
Tu cara se sostiene casi sola
y tus manos son una ofrenda
a todas las cosas vivas
más allá de las lágrimas
que ahora como quien dice
se deslizan por tus ojos.
Resonancia de las cosas - Ediciones en danza 2011
unas piedras
sólo para demostrarme
cómo te pesan en la mano,
mientras el pasto crece
y hay hongos en las paredes
y libros por todas partes.
Con una mirada aguda
sostenés esas piedras
y por fin las tirás al agua.
Las piedras hacen sapitos
y me devuelven más arriba
donde mi mano, a la vez,
trata de sostenerte
y cae
al costado de los días.
Tu cara se sostiene casi sola
y tus manos son una ofrenda
a todas las cosas vivas
más allá de las lágrimas
que ahora como quien dice
se deslizan por tus ojos.
Resonancia de las cosas - Ediciones en danza 2011
Manchas - Paula Carman
Voy a erigirme
una estatua
Únicamente
Para contradecir aquello
De que sòlo los que vencen
Construyen
Monumentos
Duelen las palabras donde digo silenciio
Las horas más lentas erigen la noche
El deshielo marchita y yo soy su paisaje
¿Còmo podré defenderme del agua?
Atar es imposible - Ediciones Lamás Médula 2011
una estatua
Únicamente
Para contradecir aquello
De que sòlo los que vencen
Construyen
Monumentos
Duelen las palabras donde digo silenciio
Las horas más lentas erigen la noche
El deshielo marchita y yo soy su paisaje
¿Còmo podré defenderme del agua?
Atar es imposible - Ediciones Lamás Médula 2011
jueves, 18 de octubre de 2012
horas de llegar - Pablo Dumit
sólo tenía una mañana
y ya no tengo...
es extraño
pero el tiempo
vacila en sus contornos...
ahora la luz
se va
por la ventana/
llego cansado
altahora
corazón dormido/
de los niños
que jugaron alsol
una agitaciòn quedó en el aire
y el úlltimo
ladrido
de un perro
se cuela conmigo
tras la puerta
de el sol sobre las cosas perdidas
2003 el esperancero libros
y ya no tengo...
es extraño
pero el tiempo
vacila en sus contornos...
ahora la luz
se va
por la ventana/
llego cansado
altahora
corazón dormido/
de los niños
que jugaron alsol
una agitaciòn quedó en el aire
y el úlltimo
ladrido
de un perro
se cuela conmigo
tras la puerta
de el sol sobre las cosas perdidas
2003 el esperancero libros
martes, 2 de octubre de 2012
El equilibrista - Susana Cattaneo
Muy alto equilibra el juego de cuerdas, bailes sutiles y encantadas cabriolas. Luces se transforman en líneas que dibujan redes protectoras hiladas por ángeles musicantes.
Sus manos aferran la barra que certera llega a los ansiosos dedos. Su cuerpo, un trompo de estrellas y ovaciones de asombro.
El miedo allá. Abajo. Lejos. En butacas de levantado entusiasmo.
Muy alto equilibra el juego de cuerdas. Nutre y desnutre círculos de aire.
Nuevamente las manos buscan asirse.
La aplausería ya es silencio; luego un eco grave recorre geografías de espanto. Un eco hasta más allá de Dios
El miedo sube y clava su punta ardiente en las garras que aferran el aire.
Budapest. Sobre una inmensa carpa verde, algunos ángeles aún giran en círculos. Otros ya partieron.
lunes, 24 de septiembre de 2012
gesto de oro - Ana Caliyuri
Con el gesto
de oro
cual iris
de la luz
susurras
misterios.
En la atmósfera
entre mis dedos
al compás
de una melodía
o en el ronquido audaz
del silencio.
Jamás
te abandonaría
porque tú
sin riendas
eres el amor
que desnuda
las letras.
Jamás te abandonaría
Musa, arcano,
o quien seas
porque entre nosotros
hay un pacto
jamás escrito
como la luz
en mis labios
y la mar
en los sentidos.
de "Gesto de oro" Ana Caliyuri - Ediciones de las Tres Lagunas (2012)
de oro
cual iris
de la luz
susurras
misterios.
En la atmósfera
entre mis dedos
al compás
de una melodía
o en el ronquido audaz
del silencio.
Jamás
te abandonaría
porque tú
sin riendas
eres el amor
que desnuda
las letras.
Jamás te abandonaría
Musa, arcano,
o quien seas
porque entre nosotros
hay un pacto
jamás escrito
como la luz
en mis labios
y la mar
en los sentidos.
de "Gesto de oro" Ana Caliyuri - Ediciones de las Tres Lagunas (2012)
sábado, 8 de septiembre de 2012
tres poemas de Jennie Escobar
Una nube de silencio
disuelve sus gotas
en el sonido del tiempo,
entre sus ribetes
alucinaciones de mármol
respiran por los huecos
que deja la resaca
de su vaivén.
Una silueta
se dibuja
en los rincones del deseo,
el engaño
rechina los dientes
como ratas erectas.
Un vendaval prófugo
anida
detrás de las paredes
de mi planeta,
los rizos del sol
se despeinan clausurados
y el futuro inventa adjetivos
como maraña de huesos.
---------
No tengo paz ni guerra
negociando
con la estrella apagada
que me alumbra.
Escucho un aleteo de luces
de rapiña
con la voz de su prisión
volando libres
en su sentencia
como gritos clavados
en la noche.
Voy quemando días raquíticos
en las brasas congeladas
del olvido.
El metal de mi piel
cicatriza con los velos sedantes
que cura la calma.
No tengo odio ni llanto
para regalar, en la gama de los grises
tampoco intento mendigar
mas muertos a mis llanuras,
ni orgías de silencio y ausencia
encerrándome
en un círculo vicioso,
ya ni siquiera tengo tiempo
para que me deshoje una margarita.
------
El viento escribe
historias inéditas
detrás de los sueños,
dejan huellas ajenas en mí
que nunca comienzan.
En las noches de tres lunas
mi voz tiene contracciones
cada cinco minutos
de mis palabras brotan seres
ellos desatan abismos
de alto voltaje
encerrados bajo siete llaves.
Los faroles
prenden suspiros alucinados
y angel perdido
en mi soñar
me ha tomado rehen.
http://8pmpoetasdemoreno.blogspot.com.ar/2012/06/eduardo-esposito.html
disuelve sus gotas
en el sonido del tiempo,
entre sus ribetes
alucinaciones de mármol
respiran por los huecos
que deja la resaca
de su vaivén.
Una silueta
se dibuja
en los rincones del deseo,
el engaño
rechina los dientes
como ratas erectas.
Un vendaval prófugo
anida
detrás de las paredes
de mi planeta,
los rizos del sol
se despeinan clausurados
y el futuro inventa adjetivos
como maraña de huesos.
---------
No tengo paz ni guerra
negociando
con la estrella apagada
que me alumbra.
Escucho un aleteo de luces
de rapiña
con la voz de su prisión
volando libres
en su sentencia
como gritos clavados
en la noche.
Voy quemando días raquíticos
en las brasas congeladas
del olvido.
El metal de mi piel
cicatriza con los velos sedantes
que cura la calma.
No tengo odio ni llanto
para regalar, en la gama de los grises
tampoco intento mendigar
mas muertos a mis llanuras,
ni orgías de silencio y ausencia
encerrándome
en un círculo vicioso,
ya ni siquiera tengo tiempo
para que me deshoje una margarita.
------
El viento escribe
historias inéditas
detrás de los sueños,
dejan huellas ajenas en mí
que nunca comienzan.
En las noches de tres lunas
mi voz tiene contracciones
cada cinco minutos
de mis palabras brotan seres
ellos desatan abismos
de alto voltaje
encerrados bajo siete llaves.
Los faroles
prenden suspiros alucinados
y angel perdido
en mi soñar
me ha tomado rehen.
http://8pmpoetasdemoreno.blogspot.com.ar/2012/06/eduardo-esposito.html
domingo, 2 de septiembre de 2012
En la fragilidad de la palabra... Elisa Dejistani
En la fragilidad de la palabra
me resguardo de mí misma:
sicario
con el que deletreo mi costado izquierdo
mientras el derecho se llena de manchas
y arrugas
y puntos suspensivos
Por eso la bestia que me habita
ataca a mi sombra
la retuerce
mastica el alto rugido de la sangre
y por fin
se entrega
Dualidad del silencio
Botella al Mar - 2009
me resguardo de mí misma:
sicario
con el que deletreo mi costado izquierdo
mientras el derecho se llena de manchas
y arrugas
y puntos suspensivos
Por eso la bestia que me habita
ataca a mi sombra
la retuerce
mastica el alto rugido de la sangre
y por fin
se entrega
Dualidad del silencio
Botella al Mar - 2009
lunes, 13 de agosto de 2012
Hilandera del viento - Alba Estrella Gutierrez
vuelvo a ese lugar
donde los sueños son regreso
tiempo de mitades
indescifrable desconcierto
con la piel cosida de silencios
a despertar los ojos del asombro
y caminar mi propio vuelo
acepto la soledad de dios
y todo mi infierno
con la rendición de un pájaro
vuelto de espaldas
sobre el olvido inapelable
de mis alas
porque soy mi dolor
mi alegría de ser
hilandera del viento
vuelvo
a ese lugar de espejo necesario
al paraíso irrenunciable de la infancia
y vuelvo a mi voz
grito de luz en el abismo
donde los sueños son regreso
tiempo de mitades
indescifrable desconcierto
con la piel cosida de silencios
a despertar los ojos del asombro
y caminar mi propio vuelo
acepto la soledad de dios
y todo mi infierno
con la rendición de un pájaro
vuelto de espaldas
sobre el olvido inapelable
de mis alas
porque soy mi dolor
mi alegría de ser
hilandera del viento
vuelvo
a ese lugar de espejo necesario
al paraíso irrenunciable de la infancia
y vuelvo a mi voz
grito de luz en el abismo
miércoles, 1 de agosto de 2012
Marina Kohon
las medias tintas no existen
No hay medias tintas
si te dejás, estas cosas se llevan
tu carne en jirones
tus pedazos de días y de noches
saltás
o el tajo se abre
hasta tragarte
caés atrás lo que no es
los ojos de arena
los besos nacidos del caos
y de las cenizas
el futuro de un espejo negro
y saltás
y adelante hay sólo un cuerpo
flotando entre hielos
y sabés
que habrá ardor por despertar
de otro tipo de muerte
que ese es el precio.
No hay medias tintas
si te dejás, estas cosas se llevan
tu carne en jirones
tus pedazos de días y de noches
saltás
o el tajo se abre
hasta tragarte
caés atrás lo que no es
los ojos de arena
los besos nacidos del caos
y de las cenizas
el futuro de un espejo negro
y saltás
y adelante hay sólo un cuerpo
flotando entre hielos
y sabés
que habrá ardor por despertar
de otro tipo de muerte
que ese es el precio.
domingo, 29 de julio de 2012
movimiento - Irene Gruss
Una mujer sola frente al mar
es más majestuosa que él.
Puede pasar una gaviota
augurando la muerte
o puede caer el sol humedeciendo
las lonas de las carpas
hasta apagarlas,
pero una mujer
frente al mar
mece su soledad como una dueña
y no se estremece.
La luz
del mar tiene la importancia
y el movimiento de su ánimo, de su alma.
El viento suena alrededor
de la mujer
y la despierta:
ahora se trata de la playa sin luz, una mujer,
el sol caído, el sonido del mar,
carpas levantadas,
el viento que lo da vuelta
todo.
Ir a descargar
sábado, 28 de julio de 2012
como golpeando a una puerta
Agradezco a la Señora Irene Gruss la publicación, en su blog: El mundo incompleto, de los poemas:
Costado oscuro
Vida útil de las piernas
Parto
http://elmundoincompleto.blogspot.com.ar/search/label/ALICIA%20B.%20PASTORE
Costado oscuro
Vida útil de las piernas
Parto
http://elmundoincompleto.blogspot.com.ar/search/label/ALICIA%20B.%20PASTORE
Alba Estrella Gutierrez
a veces
el dolor es una voz
antiguo pulso de la memoria
un ruido en la noche
descalza el miedo de unos ojos
que no estarán
y uno se apequeña como un fugaz olvido
a veces se pierden los espejos
y el rostro cae despacio
y dios se ausenta por un rato
el dolor es una voz
antiguo pulso de la memoria
un ruido en la noche
descalza el miedo de unos ojos
que no estarán
y uno se apequeña como un fugaz olvido
a veces se pierden los espejos
y el rostro cae despacio
y dios se ausenta por un rato
viernes, 27 de julio de 2012
pequeño holocausto - Gisela Galimi
No hay bombardeos
ni estrategias,
ni generales,
ni hombres,
en tu guerra niña.
En tu pequeño holocausto
infantil y femenino
sólo existió
un coche de muñecas
que abandonaste
a cambio de salvarte
y una maestra que te dijo
que tu casa no era tu patria.
ni estrategias,
ni generales,
ni hombres,
en tu guerra niña.
En tu pequeño holocausto
infantil y femenino
sólo existió
un coche de muñecas
que abandonaste
a cambio de salvarte
y una maestra que te dijo
que tu casa no era tu patria.
jueves, 26 de julio de 2012
Poema III - Carlos Alberto Pasqualini
Veladuras
cubren
la morada
de los palimpsestos
un árbol roto
me visita
por las noches
en silencio
trae las letras
que perdí en sus huecos
lleva mi alma
despacio
hasta el límite justo
donde nace la palabra
Más allá
despierto
en el cruce imposible
de todos los caminos
cubren
la morada
de los palimpsestos
un árbol roto
me visita
por las noches
en silencio
trae las letras
que perdí en sus huecos
lleva mi alma
despacio
hasta el límite justo
donde nace la palabra
Más allá
despierto
en el cruce imposible
de todos los caminos
Etiquetas:
Pasqualini Carlos Alberto,
poesía
miércoles, 25 de julio de 2012
Noviembre - Daniel Freidemberg
Lluvia lenta y charcosa, hoy.
Dos autos rojos sobre el gris
y, por supuesto, taxis.
Hace un año, mi padre, su
gran cuerpo indefenso en una clínica de extramuros,
me daba algo a saber. Soy
ese que pasa ante vidrio iluminado, ante
plástico blando, hierro pintado y mármol
como quien oye otra agua atrás, ¿palabras?
(“Oro”, una palabra: tres letras en papel fluorescente).
Ahora, arribado a esta planicie del cosmos, puedo ver
algunas cosas: charcos,
hojas de paraíso en la luneta de un dodge,
dos “o” y una “r” fluorescentes, mármol, plástico y
cielo entre el agua, etcétera,
como quien dice “esto era todo”.
¿Esto era todo? Uno: ni azar ni error,
ni el cumplimiento del mandado de nadie. Dos:
saliva agolpada en la boca, tensión muscular.
Tres: manchas, rostros (¿igual que pétalos
en una rama húmeda?). Cuatro: esta ciudad
vulgar en la que vivo
es la misma en que amé y no creí ser amado. Cinco:
de la violenta madrugada, estas paredes
tienen fosforescencias como de mar, una
palabra me inquietaba, o dos. Seis:
lo que llamaba “el corazón”. Siete: la carne,
eso que está, no el alma, eso que al final
se retira y se aplana, territorio de nadie.
Hoja de Poesía - Piero de Vicari, gracias,,,
Dos autos rojos sobre el gris
y, por supuesto, taxis.
Hace un año, mi padre, su
gran cuerpo indefenso en una clínica de extramuros,
me daba algo a saber. Soy
ese que pasa ante vidrio iluminado, ante
plástico blando, hierro pintado y mármol
como quien oye otra agua atrás, ¿palabras?
(“Oro”, una palabra: tres letras en papel fluorescente).
Ahora, arribado a esta planicie del cosmos, puedo ver
algunas cosas: charcos,
hojas de paraíso en la luneta de un dodge,
dos “o” y una “r” fluorescentes, mármol, plástico y
cielo entre el agua, etcétera,
como quien dice “esto era todo”.
¿Esto era todo? Uno: ni azar ni error,
ni el cumplimiento del mandado de nadie. Dos:
saliva agolpada en la boca, tensión muscular.
Tres: manchas, rostros (¿igual que pétalos
en una rama húmeda?). Cuatro: esta ciudad
vulgar en la que vivo
es la misma en que amé y no creí ser amado. Cinco:
de la violenta madrugada, estas paredes
tienen fosforescencias como de mar, una
palabra me inquietaba, o dos. Seis:
lo que llamaba “el corazón”. Siete: la carne,
eso que está, no el alma, eso que al final
se retira y se aplana, territorio de nadie.
Hoja de Poesía - Piero de Vicari, gracias,,,
martes, 24 de julio de 2012
Santiago Kovadloff
...El lector cabal reivindicará el tesoro subjetivo que
guardan sus anaqueles. Al referirse a la importancia de sus libros siempre
estará remitiendo a sí mismo. Es que su propia trayectoria resulta
indiscernible sin esas páginas predilectas, su propio nombre indisociable del
nombre de aquel que las escribió. El tiempo de lectura, por lo demás, es tempo
de revelación. Steiner no dudó en caracterizar el efecto de la lectura como
éxtasis, hora de comunión incomparable entre nuestro espíritu y el del autor
leído. De hecho, el encuentro con la palabra de un autor que nos convoca,
equivale a una experiencia de iluminación; es un vértigo similar al de un goce
extenuante, un riesgo siempre lindante con el de la despersonalización tanto
como un ingreso a las formas más altas y más sólidas de la identidad... ...Sí,
quien de veras ha leído se ha transfigurado... ...El libro leído no perdura
unicamente en la memoria; perdura sobre todo en nuestra conducta... ...Es que
leemos para trascendernos, para ser otra cosa que aquello que ya somos, para
ser dos, para descubrirnos hermanados, comprendidos, legitimados...
de ensayos de intimidad, Emecé, 2002
de ensayos de intimidad, Emecé, 2002
el traidor venerado - Hector Tizón
Aquella sería la última comida juntos.
El que era indigno de ajustarle el cordón de los zapatos estaba ebrio. Toda esa noche la pequeña campana de la estación ferroviaria sonó incesantemente, a lo lejos, sacudida por el viento. Llovía a ratos.
El Chaguanco abrió una lata de picadillo, lo fue untando con su cortaplumas sobre el pan que les quedaba y luego repartió los pedazos. “Yo no tengo hambre” —dijo. Quispe, un hombre inquieto y de poca talla que ya estaba borracho, tomó el primero y se lo tragó con buen apetito; después permaneció mudo y apartadizo, contemplando el débil movimiento de las ramas delgadas —agitadas por el aire— del ceibal.
La fama del Chaguanco había cundido no sólo en Yala, sino también en las comarcas vecinas desde donde la gente acudió hasta formar multitudes albergadas en carpas y vehículos, o debajo de las copas de los árboles alrededor del miserable rancho, a cuya puerta se asomaba, abandonando sus meditaciones, en los amaneceres. Entonces los que habían perdido la salud, los que aún esperaban algo, caían de rodillas ante su mano levantada.
Pero al poco tiempo comenzó la persecución, elu¬dida hasta hoy en que se cumplía un año de peregrinaje; un año de penoso ocultamiento, mudando siempre de lu¬gar, durmiendo a la intemperie o bajo las alcantarillas en los caminos, desde Tilquiza hasta Valle Grande, de Tumbaya a Susques, seguido por algunos fieles desesperados, enfermos, opas y ladrones arrepentidos.
Cuando un alegórico ladrar de perros anunció a los perseguidores, el Chaguanco concluía también su sentencia postrera, y el hombrecito enjuto y nervioso a quien iba dirigida, exclamó, más bien para sí: “Esa palabra es dura. ¿Quién la puede oír?”.
Ahora los agentes del destacamento estaban cerca. Era la noche de San Roque y una botella de ginebra ya¬cía, seca, en el suelo.
El ladrar se convirtió en aullido mientras el viento, a lo lejos, seguía torturando a la campana.
Cuando Quispe desapareció, entendiendo el Cha¬guanco que había llegado el fin y que en seguida lo con¬ducirían a la ciudad, a la cabeza de una multitud de cu¬riosos —como un político—, preguntó a los que quedaban si también ellos querían irse; después se apartó a corta distancia, pero sin ocultarse.
La campana y los perros dejaron de hacerse oír y la partida cayó sobre él. No opuso resistencia ninguna y —esposado— llegó sobre un camión maderero a la ciu¬dad. Allí debió esperar turno porque el Tribunal estaba distraído con otros delincuentes, pero, el día señalado, fue sometido a proceso y juzgado.
Pocas personas acudieron al plenario y entre ellas Quispe, principal testigo de cargo, que, antes de escuchar la sentencia, se ahorcó colgándose de una viga en el re¬trete del Palacio de Justicia.
Finalmente el Tribunal, al no hallar mérito sufi¬ciente para sostener una condena, lo absolvió.
Y cuando el Chaguanco —deshonrado y solita¬rio—, después de mucho tiempo regresó a Yala, encontró que muy pocos se acordaban de él y que la gente ya en¬cendía velas pagando promesas en la tumba del otro.
El que era indigno de ajustarle el cordón de los zapatos estaba ebrio. Toda esa noche la pequeña campana de la estación ferroviaria sonó incesantemente, a lo lejos, sacudida por el viento. Llovía a ratos.
El Chaguanco abrió una lata de picadillo, lo fue untando con su cortaplumas sobre el pan que les quedaba y luego repartió los pedazos. “Yo no tengo hambre” —dijo. Quispe, un hombre inquieto y de poca talla que ya estaba borracho, tomó el primero y se lo tragó con buen apetito; después permaneció mudo y apartadizo, contemplando el débil movimiento de las ramas delgadas —agitadas por el aire— del ceibal.
La fama del Chaguanco había cundido no sólo en Yala, sino también en las comarcas vecinas desde donde la gente acudió hasta formar multitudes albergadas en carpas y vehículos, o debajo de las copas de los árboles alrededor del miserable rancho, a cuya puerta se asomaba, abandonando sus meditaciones, en los amaneceres. Entonces los que habían perdido la salud, los que aún esperaban algo, caían de rodillas ante su mano levantada.
Pero al poco tiempo comenzó la persecución, elu¬dida hasta hoy en que se cumplía un año de peregrinaje; un año de penoso ocultamiento, mudando siempre de lu¬gar, durmiendo a la intemperie o bajo las alcantarillas en los caminos, desde Tilquiza hasta Valle Grande, de Tumbaya a Susques, seguido por algunos fieles desesperados, enfermos, opas y ladrones arrepentidos.
Cuando un alegórico ladrar de perros anunció a los perseguidores, el Chaguanco concluía también su sentencia postrera, y el hombrecito enjuto y nervioso a quien iba dirigida, exclamó, más bien para sí: “Esa palabra es dura. ¿Quién la puede oír?”.
Ahora los agentes del destacamento estaban cerca. Era la noche de San Roque y una botella de ginebra ya¬cía, seca, en el suelo.
El ladrar se convirtió en aullido mientras el viento, a lo lejos, seguía torturando a la campana.
Cuando Quispe desapareció, entendiendo el Cha¬guanco que había llegado el fin y que en seguida lo con¬ducirían a la ciudad, a la cabeza de una multitud de cu¬riosos —como un político—, preguntó a los que quedaban si también ellos querían irse; después se apartó a corta distancia, pero sin ocultarse.
La campana y los perros dejaron de hacerse oír y la partida cayó sobre él. No opuso resistencia ninguna y —esposado— llegó sobre un camión maderero a la ciu¬dad. Allí debió esperar turno porque el Tribunal estaba distraído con otros delincuentes, pero, el día señalado, fue sometido a proceso y juzgado.
Pocas personas acudieron al plenario y entre ellas Quispe, principal testigo de cargo, que, antes de escuchar la sentencia, se ahorcó colgándose de una viga en el re¬trete del Palacio de Justicia.
Finalmente el Tribunal, al no hallar mérito sufi¬ciente para sostener una condena, lo absolvió.
Y cuando el Chaguanco —deshonrado y solita¬rio—, después de mucho tiempo regresó a Yala, encontró que muy pocos se acordaban de él y que la gente ya en¬cendía velas pagando promesas en la tumba del otro.
domingo, 22 de julio de 2012
muerte del cabo Cheo Lopez - Ciro Alegría
Perdóneme, don Pedro… Claro que esta no es manera de presentarme… Pero, le diré… ¿Cómo podría explicarle?… Ha muerto Eusebio López… Ya sé que usted no lo conoce y muy pocos lo conocían… ¿Quién se va a fijar en un hombre que vive entre tablas viejas? Por eso no fui a traer los ladrillos… Éramos amigos, ¿me entiende?
Yo estaba pasando en el camión y me crucé con Pancho Torres. Él me gritó: “¡Ha muerto Cheo López!”. Entonces enderezo para la casa de Cheo y ahí me encuentro con la mujer, llorando como es natural; el hijito de dos años junto a la madre, y a Cheo López tendido entre cuatro velas… Comenzaba a oler a muerto Cheo López, y eso me hizo recordar más, eso me hizo pensar más en Cheo López. Entonces me fui a comprar dos botellas de ron, para ayudar con algo, y también porque necesitaba beber.
¡Ese olor! Usted comprende, don Pedro… Lo olíamos allá en el Pacífico…, el olor de los muertos, los boricuas, los japoneses… Los muertos son lo mismo… Sólo que como nosotros, allá, íbamos avanzando…, a nuestros heridos y muertos los recogían, y encontrábamos muertos japoneses de días, pudriéndose… Ahora Cheo López comenzaba a oler así… Con los ojos fijos miraba Cheo López. No sé por qué no se los habían cerrado bien… Miraba con una raya de brillo, muerta… Se veía que en su frente ya no había pensamiento. Así miraban allá en el Pacífico… Todos lo mismo…
Y yo me he puesto a beber el ron, durante un buen rato, y han llegado tres o cuatro al velorio… Entonces su mujer ha contado… Que Cheo estaba tranquilo, sentado, como si nada le pasara, y de repente algo se le ha roto adentro, aquí en la cabeza… Y se ha caído… Eso fue un derrame en el cerebro, dijeron… Yo no he querido saber más, y me puse a beber duro. Yo estaba pensando, recordando. Porque es cosa de pensar… La muerte se ríe.
Luego vine a buscar a mi mujer para llevarla al velorio y creí que debía pasar a explicarle a usted, don Pedro… Yo no volví con los ladrillos por eso. Mañana será.
Ahora que si usted quiere ir al velorio, entrada por salida aunque sea… Usted era capitán, ¿no es eso?, y no se acuerda de Cheo López… Pero si usted viene a hacerle nada más que un saludo, yo le diré: “Es un capitán”…
¿Quién se va a acordar de Cheo López? No recibió ninguna medalla, aunque merecía… Nunca fue herido, que de ser así le habrían dado algo que ponerse en el pecho… Pero qué importa eso… ¡Salvarse! Le digo que la muerte se ríe…
Yo fui herido tres veces, pero no de cuidado. Las balas pasaban zumbando, pasaban aullando, tronaban como truenos, y nunca tocaron a Cheo López… Una vez, me acuerdo, él iba adelante, con bayoneta calada y ramas en el casco… Siempre iba adelante el cabo Cheo López… Cuando viene una ráfaga de ametralladora, el casco le sonó como una campana y se cayó… Todos nos tendimos y corría la sangre entre nosotros… No sabíamos quién estaba vivo y quizá muerto… Al rato, el cabo Cheo López comenzó a arrastrarse, tiró una granada y el nido de ametralladoras voló allá lejos… Entonces hizo una señal con el brazo y seguimos avanzando… Los que pudimos, claro. Muchos se quedaron allí en el suelo… Algunos se quejaban… Otros estaban ya callados…
Habíamos peleado día y medio y comenzamos a encontrar muertos viejos… ¡El olor, ese olor del muerto!… Igual que ahora ha comenzado a oler Cheo López.
Allá en el Pacífico, yo me decía: “Quién sabe, de valiente que es, la muerte lo respeta.” Es un decir de soldados. Pero ahora, viendo la forma en que cayó, como alcanzado por una bala que estaba suspendida en el aire, o en sus venas, o en sus sesos, creo que la muerte nos acompaña siempre. Está a nuestro lado y cuando pensamos que va a llegar, se ríe…Y ella dice: “Espera”. Por eso el aguacero de balas lo respetó. Parecía que no iba a morir nunca Cheo López,
Pero ya está entre cuatro velas, muerto… Es como si lo oliera desde aquí… ¿No será que yo tengo en la cabeza el olor de la muerte? ¿No huele así el mundo?..
Vamos, don Pedro, acompáñeme al velorio… Cheo era pobre y no hay casi gente… Vamos, capitán… Hágale siquiera un saludo…
gracias a http://narrativabreve.com/
Yo estaba pasando en el camión y me crucé con Pancho Torres. Él me gritó: “¡Ha muerto Cheo López!”. Entonces enderezo para la casa de Cheo y ahí me encuentro con la mujer, llorando como es natural; el hijito de dos años junto a la madre, y a Cheo López tendido entre cuatro velas… Comenzaba a oler a muerto Cheo López, y eso me hizo recordar más, eso me hizo pensar más en Cheo López. Entonces me fui a comprar dos botellas de ron, para ayudar con algo, y también porque necesitaba beber.
¡Ese olor! Usted comprende, don Pedro… Lo olíamos allá en el Pacífico…, el olor de los muertos, los boricuas, los japoneses… Los muertos son lo mismo… Sólo que como nosotros, allá, íbamos avanzando…, a nuestros heridos y muertos los recogían, y encontrábamos muertos japoneses de días, pudriéndose… Ahora Cheo López comenzaba a oler así… Con los ojos fijos miraba Cheo López. No sé por qué no se los habían cerrado bien… Miraba con una raya de brillo, muerta… Se veía que en su frente ya no había pensamiento. Así miraban allá en el Pacífico… Todos lo mismo…
Y yo me he puesto a beber el ron, durante un buen rato, y han llegado tres o cuatro al velorio… Entonces su mujer ha contado… Que Cheo estaba tranquilo, sentado, como si nada le pasara, y de repente algo se le ha roto adentro, aquí en la cabeza… Y se ha caído… Eso fue un derrame en el cerebro, dijeron… Yo no he querido saber más, y me puse a beber duro. Yo estaba pensando, recordando. Porque es cosa de pensar… La muerte se ríe.
Luego vine a buscar a mi mujer para llevarla al velorio y creí que debía pasar a explicarle a usted, don Pedro… Yo no volví con los ladrillos por eso. Mañana será.
Ahora que si usted quiere ir al velorio, entrada por salida aunque sea… Usted era capitán, ¿no es eso?, y no se acuerda de Cheo López… Pero si usted viene a hacerle nada más que un saludo, yo le diré: “Es un capitán”…
¿Quién se va a acordar de Cheo López? No recibió ninguna medalla, aunque merecía… Nunca fue herido, que de ser así le habrían dado algo que ponerse en el pecho… Pero qué importa eso… ¡Salvarse! Le digo que la muerte se ríe…
Yo fui herido tres veces, pero no de cuidado. Las balas pasaban zumbando, pasaban aullando, tronaban como truenos, y nunca tocaron a Cheo López… Una vez, me acuerdo, él iba adelante, con bayoneta calada y ramas en el casco… Siempre iba adelante el cabo Cheo López… Cuando viene una ráfaga de ametralladora, el casco le sonó como una campana y se cayó… Todos nos tendimos y corría la sangre entre nosotros… No sabíamos quién estaba vivo y quizá muerto… Al rato, el cabo Cheo López comenzó a arrastrarse, tiró una granada y el nido de ametralladoras voló allá lejos… Entonces hizo una señal con el brazo y seguimos avanzando… Los que pudimos, claro. Muchos se quedaron allí en el suelo… Algunos se quejaban… Otros estaban ya callados…
Habíamos peleado día y medio y comenzamos a encontrar muertos viejos… ¡El olor, ese olor del muerto!… Igual que ahora ha comenzado a oler Cheo López.
Allá en el Pacífico, yo me decía: “Quién sabe, de valiente que es, la muerte lo respeta.” Es un decir de soldados. Pero ahora, viendo la forma en que cayó, como alcanzado por una bala que estaba suspendida en el aire, o en sus venas, o en sus sesos, creo que la muerte nos acompaña siempre. Está a nuestro lado y cuando pensamos que va a llegar, se ríe…Y ella dice: “Espera”. Por eso el aguacero de balas lo respetó. Parecía que no iba a morir nunca Cheo López,
Pero ya está entre cuatro velas, muerto… Es como si lo oliera desde aquí… ¿No será que yo tengo en la cabeza el olor de la muerte? ¿No huele así el mundo?..
Vamos, don Pedro, acompáñeme al velorio… Cheo era pobre y no hay casi gente… Vamos, capitán… Hágale siquiera un saludo…
gracias a http://narrativabreve.com/
sábado, 21 de julio de 2012
Elsa - Filisberto Hernandez
Yo no quiero decir cómo es ella. Si digo que es rubia se imaginarán una mujer rubia, pero no será ella. Ocurrirá como con el nombre: si digo que se llama Elsa se imaginarán cómo es el nombre Elsa; pero el nombre Elsa de ella es otro nombre Elsa. Ni siquiera podrían imaginarse cómo es una peinilla que ella se olvidó en mi casa; aunque yo dijera que tiene 26 dientes, el color, más aun, aunque hubieran visto otra igual, no podrían imaginarse cómo es precisamente, la peinilla que ella se olvidó en mi casa.
Yo quiero decir lo que me pasa a mí. ¿Y saben para qué?, pues, para ver si diciendo lo que me pasa, deja de pasarme. Pero entiéndase bien; me pasa una cosa mala, horrible: ya lo verán. Sé que por más bien que yo llegara a decirla, ocurrirá como con la peinilla y lo demás; no se imaginarán exactamente cómo es lo malo que me pasa; pero el interés que yo tengo es ver si deja de pasarme tanto lo malo que se imaginarán, lo malo que en realidad me pasa.
Elsa no es precisamente una de las tantas muchachas que no me aman: ella no me amará dentro de poco tiempo, porque ahora ella me ama. Nos hemos visto muy pocas voces; ella está muy lejos; nuestro amor se mantiene por correspondencia; pero yo tengo la convicción, yo afirmo categóricamente, yo creo absolutamente -ya explicaré ampliamente por qué tengo esta fiebre de afirmar- yo vuelvo a afirmar que dada la manera de ser de ella, dejará muy pronto de amarme, porque ella no podrá resistir el amor por correspondencia. Yo sí, pero ella no.
De lo que ya no existe, se habla con indiferencia o con frialdad; pero yo hablo con dolor, porque hablo antes de que deje de existir y sabiendo que dejará de existir: recuérdese cómo lo afirmé.
Cuando espero algo, siento como si alguien -llámese Dios, destino o como quiera- tratara de demostrarme que la cosa que espero no llega o no ocurre como yo esperaba. Entonces, cuando yo tengo interés en que una cosa no ocurra, empiezo a pensar que ocurrirá, para burlarme de ese alguien si la cosa llega u ocurre, para hacerle ver que yo la preveía; y él por no dar su brazo a torcer no me da ese gusto y la cosa ocurre; pero he aquí que al final triunfo yo, porque precisamente lo que más deseaba era que no ocurriera. También debo decir que ese alguien suele sorprenderme dejándose burlar, y que yo triunfe aparentemente y quede derrotado íntimamente: pero esto ocurre las menos de las veces.
Para ser franco, diré que yo no creo en ese alguien, que a ese alguien lo creamos, y para crearlo lo suponemos al revés y al derecho. Pero cuando nos encontramos frente a un gran dolor, volvemos a pensar al revés y al derecho por si llega a ser cierto que existe. Ahora yo pienso que a lo mejor existe, y que a lo mejor no da su brazo a torcer, y por llevarme la contra hace que no ocurra lo de que ella deje de amarme, puesto que yo afirmo que ocurrirá. Así mismo tengo temor de que ese alguien se deje vencer y la cosa ocurra como en las menos veces: pero yo tengo más esperanza del otro modo: al revés que al derecho. Tendría esperanza aun cuando viera que estoy a punto de que ella no me ame; pues con más razón tengo esperanza ahora que ella me ama normalmente.
Bueno, en total quiero dejar constancia de que tengo la convicción, de que afirmo categóricamente, y que creo absolutamente, que Elsa se diferencia de las demás muchachas, en que ninguna de las otras me ama, y que ella dejará muy pronto de amarme.
Yo quiero decir lo que me pasa a mí. ¿Y saben para qué?, pues, para ver si diciendo lo que me pasa, deja de pasarme. Pero entiéndase bien; me pasa una cosa mala, horrible: ya lo verán. Sé que por más bien que yo llegara a decirla, ocurrirá como con la peinilla y lo demás; no se imaginarán exactamente cómo es lo malo que me pasa; pero el interés que yo tengo es ver si deja de pasarme tanto lo malo que se imaginarán, lo malo que en realidad me pasa.
Elsa no es precisamente una de las tantas muchachas que no me aman: ella no me amará dentro de poco tiempo, porque ahora ella me ama. Nos hemos visto muy pocas voces; ella está muy lejos; nuestro amor se mantiene por correspondencia; pero yo tengo la convicción, yo afirmo categóricamente, yo creo absolutamente -ya explicaré ampliamente por qué tengo esta fiebre de afirmar- yo vuelvo a afirmar que dada la manera de ser de ella, dejará muy pronto de amarme, porque ella no podrá resistir el amor por correspondencia. Yo sí, pero ella no.
De lo que ya no existe, se habla con indiferencia o con frialdad; pero yo hablo con dolor, porque hablo antes de que deje de existir y sabiendo que dejará de existir: recuérdese cómo lo afirmé.
Cuando espero algo, siento como si alguien -llámese Dios, destino o como quiera- tratara de demostrarme que la cosa que espero no llega o no ocurre como yo esperaba. Entonces, cuando yo tengo interés en que una cosa no ocurra, empiezo a pensar que ocurrirá, para burlarme de ese alguien si la cosa llega u ocurre, para hacerle ver que yo la preveía; y él por no dar su brazo a torcer no me da ese gusto y la cosa ocurre; pero he aquí que al final triunfo yo, porque precisamente lo que más deseaba era que no ocurriera. También debo decir que ese alguien suele sorprenderme dejándose burlar, y que yo triunfe aparentemente y quede derrotado íntimamente: pero esto ocurre las menos de las veces.
Para ser franco, diré que yo no creo en ese alguien, que a ese alguien lo creamos, y para crearlo lo suponemos al revés y al derecho. Pero cuando nos encontramos frente a un gran dolor, volvemos a pensar al revés y al derecho por si llega a ser cierto que existe. Ahora yo pienso que a lo mejor existe, y que a lo mejor no da su brazo a torcer, y por llevarme la contra hace que no ocurra lo de que ella deje de amarme, puesto que yo afirmo que ocurrirá. Así mismo tengo temor de que ese alguien se deje vencer y la cosa ocurra como en las menos veces: pero yo tengo más esperanza del otro modo: al revés que al derecho. Tendría esperanza aun cuando viera que estoy a punto de que ella no me ame; pues con más razón tengo esperanza ahora que ella me ama normalmente.
Bueno, en total quiero dejar constancia de que tengo la convicción, de que afirmo categóricamente, y que creo absolutamente, que Elsa se diferencia de las demás muchachas, en que ninguna de las otras me ama, y que ella dejará muy pronto de amarme.
Etiquetas:
Filisberto Hernandez,
narrativa
Testimonial 1 - Liliana Chavez
“…y sus ojos sin pavor como si no se dieran cuenta” Livia Hidalgo
Observo a la mujer
La pobreza
que contamina el lugar
por donde pasa el silencio
No escucho a nadie implorar perdón
por ese pájaro herido.
Y me abriga una certeza:
un amanecer sombrío
aviva el fuego de otros lutos
una turba de sombras
viene a presenciar la caída.
Y ella sigue ahí,
sin pavor en los ojos
a punto de parir su muerte
escuchando - casi con devoción –
el fecundo sermón de la oscuridad.
Observo a la mujer
La pobreza
que contamina el lugar
por donde pasa el silencio
No escucho a nadie implorar perdón
por ese pájaro herido.
Y me abriga una certeza:
un amanecer sombrío
aviva el fuego de otros lutos
una turba de sombras
viene a presenciar la caída.
Y ella sigue ahí,
sin pavor en los ojos
a punto de parir su muerte
escuchando - casi con devoción –
el fecundo sermón de la oscuridad.
domingo, 15 de julio de 2012
Gardel se fue a la Guerra - Jorge Ariel Madrazo
Primera postal previa a la masacre:
Con la mirada clavada a la vasija de ágata, muerto de sueño y vistiendo ropajes multicolores en el mejor look Polichinela, el Perfecto Isaías, laboratorista alquímico de primera graduado en París, se agita entre retortas ensortijadas, probetas y filtros; lo rodean modestas paredes de chapa. Sólo Perón y Gardel conocen el móvil último de sus afanes brotados de un insomnio de Malaquías: descubrir la píldora conducente al estadio máximo de no-materia.
Isaías ni me ve cuando me acerco; a un ruido mío gira, se alarma -No debés estar aquí, Los Hermanos mayores no autorizan la presencia de persona alguna en este recinto -suplicó. Le respondí-: Fui designado cronista de esta aventura, ¿cómo podría dar fe de tamaños desvelos sin participar de ellos en cuerpo y alma? -tal, mi argumento; no osó objetarlo. Mi prestigio era grande por entonces. Volvió a agitar los hombros de modo convulso; creí que se hallaba a un paso de sufrir uno de sus ataques epilépticos; no: estaba machacando la Materia Primera, también conocida como Caos o Agente Mágico Universal, sustancia pétrea de ardua recolección usualmente oculta entre desechos pútridos; puedo corroborar que su olor remitía, sin apelación, a un hediondo proceso microorgánico...
Primer premio Eduardo Mallea (2003-2005)
Ediciones Desde la Gente - Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos
martes, 10 de abril de 2012
La frazada o la muerte - Juan Carlos Vecchi
La mirada podría ser una de esas miradas que se pierden en cualquier historia, pero es Gabriela Flores la mujer sentada en uno de los bordes de la cama mirando la fotografía de su bisabuela materna.
El genealógico hábito nocturno de los treinta centímetros hacia la derecha le movieron la mirada hasta la blanca cabellera de su abuela. Movió la cabeza un poco más, siempre hacia la derecha; en la dulce sonrisa de su madre solía encontrar ese método para mitigar su incondicional melancolía.
La suya no colgaba en la pared del débito familiar; no se estremeció al pensar que no faltaba mucho para ser un cuadro más.
Dejó que su cuerpo triste se inclinara hacia atrás, hasta que espalda y cabeza sintieron la amorosa textura de la frazada, la frazada tejida por su abuela; estiró un brazo hacia un costado y se tapó con otra frazada, la frazada que había tejido su madre.
Acuartelada en aquel tejemaneje congénito de ausencia, se preguntó por qué nunca había tejido una frazada ella misma.
Fue entonces cuando soltó la risa hasta el cielorraso al darse cuenta que siempre le había quedado más cómodo dejarse morir que aprender a tejer una frazada.
El genealógico hábito nocturno de los treinta centímetros hacia la derecha le movieron la mirada hasta la blanca cabellera de su abuela. Movió la cabeza un poco más, siempre hacia la derecha; en la dulce sonrisa de su madre solía encontrar ese método para mitigar su incondicional melancolía.
La suya no colgaba en la pared del débito familiar; no se estremeció al pensar que no faltaba mucho para ser un cuadro más.
Dejó que su cuerpo triste se inclinara hacia atrás, hasta que espalda y cabeza sintieron la amorosa textura de la frazada, la frazada tejida por su abuela; estiró un brazo hacia un costado y se tapó con otra frazada, la frazada que había tejido su madre.
Acuartelada en aquel tejemaneje congénito de ausencia, se preguntó por qué nunca había tejido una frazada ella misma.
Fue entonces cuando soltó la risa hasta el cielorraso al darse cuenta que siempre le había quedado más cómodo dejarse morir que aprender a tejer una frazada.
jueves, 23 de febrero de 2012
una marea de hielo subirá - Esteban Nicotra
Una marea de hielo subirá
desde los pies a la boca.
La vida, casi una fiebre,
irá huyendo como un río
hasta el último pantano de los ojos.
Y no sabremos por qué estamos muriendo.
Los grandes rascacielos de la noche
seguirán escuchando el rumor de las calles
y la frente será un témpano.
La lámpara,
hipnotizada insistirá sobre estos párpados
desesperadamente inmóviles...
Mudas presencias,
las formas familiares
van buscando rincones de olvido.
La vida que se vive - Colección Vital
© Esteban Nicotra
© Editorial Brujas
Primera edición, 2006
desde los pies a la boca.
La vida, casi una fiebre,
irá huyendo como un río
hasta el último pantano de los ojos.
Y no sabremos por qué estamos muriendo.
Los grandes rascacielos de la noche
seguirán escuchando el rumor de las calles
y la frente será un témpano.
La lámpara,
hipnotizada insistirá sobre estos párpados
desesperadamente inmóviles...
Mudas presencias,
las formas familiares
van buscando rincones de olvido.
La vida que se vive - Colección Vital
© Esteban Nicotra
© Editorial Brujas
Primera edición, 2006
Suscribirse a:
Entradas (Atom)