domingo, 30 de noviembre de 2014

Pamela S. Terlizzi Prina


desesperar

Desesperar está en el vértice de un taco embarrado
también en el gusto a uñas molidas
y en las secuelas de cualquier cosa

Está en la borra violácea a plena luz
o en el escrúpulo irresuelto

En la luna falsa de una noche falsa
en la que desespero
hay una falsedad modesta
almidonada

Porque desesperar es falso
es impropio
es mosca ultrajando fauno

Antes es la fábula
contingencia
querella
le sigue rabiar
llorar con babas
pero desesperar vegeta
asoma desde el negro inmediato

Es falsa imperfecta moderada asfixia
como el revés mismo

Desorden

La casa es un desastre

Andan quejas
por esquinas y bachas

Hay una herrumbe invisible
en las bocas los trastos

Y yo que soy un harapo
o una fruta sin frío
una borla navideña en febrero
o un juguete claro al sol
un vaso opaco con rouge
o una canilla que gotea
yo que soy el desastre mismo
que soy esta casa
me ahogo por tu carne inmóvil
por el aire que no te infla
por los no
por los pero
por los cuándo

Me ahogo y giro y me malhumoro
alimento un tipo de orfandad

Libertad

A Liliana Díaz Mindurry, por la belleza del espanto

La nada es el umbral del que nadie eligió partir
y me dijiste que nunca fue de día

Hablemos de los laberintos
y por oposición
de los lugares que no tienen puertas ni ventanas

De este lado de las cosas
el gato que huía por los techos se detuvo en mis ojos
que te miran mirar la nada

El problema de la libertad es acostumbrase
a una voluntad incómoda
que jamás querrá uvas ni pan
aunque vague con hambre

No pedimos el vértigo la convulsión la gula
salvo las alas

Y yo puedo elegir
(la felicidad no siempre)
el goce siempre siempre el espacio
el día solo como una noche aguada
(promesa de espesura)

Te confieso
no busco la belleza
quiero eso que no tiene bordes ni formas que otros hayan nombrado

eso
lo indecible
por anónimo´
por imbebible
por terror lúdico
por abismo en el paladar

Y ahora te digo de la sed
Es un insecto rosa
que me toca apenas la lengua
que tiene el tupé de apoyar solo las patas
y volar pronto
abandonándome en una flamígera voluntad de tragar

De tragar insecto y repulsión
patas impúdicas deseo urgente deglución perversa
fiebre
perecimiento efímero
terrón de arena verbo asfixia
humanidad

de estado de espesura - Ediciones Ruinas Circulares, 2012

Susana Lage


por nacer en el desierto

Tengo sol en invierno
y desde mi cama
se ven perfectamente las estrellas.
Tengo dos gatos tibios
y algún olvido,
el cuerpo ocioso y el escudo atento
que a veces los errores no dan tiempo.
Y tengo los recuerdos tan disciplinados
y la risa tan fácil
que soy tan feliz
como se debe.

Y a veces
(si estoy muy descuidada)
la soledad se me cuela en los papeles
y me escribe un poema por las noches.
Y a veces
(si no estoy muy apurada)
lloro muy bajito en los rincones
por no hacer ostentación, 
que hay mucha envidia.

Y tengo sed congénita de viento
y un miedo colectivo.
Y sòlo puedo amar sin que se note,
como el tiempo de siesta,
de puntillas,
como una piedra inmóvil del camino.

Para calmar el dolor
(que a veces duele)
oyendo historias y cebando chismes
he aprendido a creer lo que no veo,
que los que hemos nacido en el desierto
conocemos a Dios sólo de oídas. 

Muertos

Más allá de mí, 
de mis contornos,
están mis muertos mirándome de frente.
Mi infancia de poemas y lombrices,
un amor de tus ojos,
mi abuelo casi pájaro
y mi perro.

Más allá de mí
están todos los fantasmas carceleros
que no me dejan volar,
y me aprisionan
en el furor de la impotencia.

Más allá, tan allá de mis contornos,
borrándose, inseguros, 
ellos me tienden una mano fatal.
Volver al aire tibio y luminoso
de ser germen feliz
dentro del cuenco
de mi infancia
de tus ojos
de mi abuelo
de mi perro

Vuelo final

Y entonces fijó la vista en el reloj
que decía las nueve,
y era en punto,
y le dio por mirar hacia la puerta
sentada en la cocina,
mirada fija,
a fantasear con las formas de la muerte,
que total quién va a morirse por ahora,
con este clima.

Y ya que el reloj y la puerta seguían fijos,
y las paredes se le volvían de espuma,
y los ojos se le hacían de mar
y su mirada tenía un nos sé qué salado y caracolas,
y ya que nadie abría el picaporte,
y ya que las agujas se obcecaban
ángulo rectángulo y las nueve,
y el tiempo se había detenido
y hora tras hora se obstinaba en plantarse,
se resignó a la erosión de arena entre las ollas,
y al crepúsculo marino en la alacena
y a un mascarón de proa de naufragio
rompiendo por detrás de sus cortinas.

Y ya que jamás sería otra hora que las nueve
y se embotarían para siempre los goznes de su puerta,
fue a dar a su colchón con todo y huesos
el cabello dibujando un hipocampo
que total ya nadie cree en las sirenas.
Y se durmió, la piel pringosa y asustada, 
y se durmió, las algas estrellándose en las rocas, 
y se durmió, una marea las sábanas de hilo, 
y se durmió, en su cama infinita de besos infinitos,
y se durmió, las manos ajadas de trenzar corales,
y se durmió, sus pechos y su boca a la deriva, 
las olas huyendo para siempre de la playa.

Y se durmió.
El cielo era de azul de la mañana,
inmenso el aire acre entre sus poros
y tibia el agua ondeándose y en calma.
Y cuando despertó,
ya era una gaviota. 

de Desierto - ediciones El Mono Armado, 2014

Biomas - Belén Vecchi


Prólogo de Hugo Toscadaray:

En Biomas, de un modo alegórico, Belén Vecchi nos hace recordar a Robinson Crusoe. En la búsqueda que se advierte en estos poemas, como en aquel celebre náufrago, está presente el retorno a lo instintivo, a lo más primordial. Nos muestra así, que sin este impulso no hay hallazgo y que la poesía, entonces no sería más que un ejercicio de la pura conciencia. Todo el poder de la imaginación, el poder blasfematorio, de liberación de la belleza, se presenta en este libro de forma explosiva, casi como en una reinvención de la naturaleza a través del incendio arrollador de la palabra.

Rosa

Como el viaje nupcial del salmón
yo nado
voy esquivando piedras, osos y tiempo
voy alejándome cada vez más
de lo que está más
más acá
llevo la vida y el amor
´te busco rojo, siempre.

Sentidos

El amor de los pájaros
el sonido de tu mirada

que te dobles y
te encuentres que
un té duerme en un sillón y
mis sueños son demasiado largos y
todo lo que quiero es
libertad.

Y la luz de los osos
eso:
que te encuentres con un oso
en el té o en el sillón

que sueñes que sos libre
y seas libre.

Abiótica

En la selva
amo
porque estoy llena de pájaros y
sangre

todas las especies
me llaman
mi voz es un relámpago

hoy duermo con los árboles
y mi memoria se llena de tierra.

de Biomas 2014

Comentario de Laura Ponce:

¿Cómo no creerle a Belén Vecchi cuando dice “Un animal duerme en mi cintura/ yo le canto, él respira mis lunares/ los dos hicimos un pacto:/ él no me come/yo no interrumpo sus sueños”...?
     No sólo le creo; además la felicito: es el mejor pacto que puede hacerse (y el único, a decir verdad, si realmente amamos la palabra -vale decir, la poesía).
    Dejar soñar al animal que nos habita, no creernos el filo de su mordedura: de estas dos premisas, de la mixtura de ambas, de la convivencia de ambas,  resultan los poemas de Bioma.
    Hay una transparencia, una suerte de ingenuidad, de horizontalidad, en la forma que Belén elige para decir (el animal cumple su parte del pacto). Y por debajo -pese a la horizontalidad y gracias a la transparencia-, asistimos a lo que el animal sueña (la poeta también honra lo acordado).
    La mayor parte de los poemas son breves, y casi todos de versos pequeños (la levedad necesaria para no interrumpir el sueño). Y tienen, al mismo tiempo, una fuerza, una contundencia, una capacidad de revelar, dulcemente, lo que se quiere decir (aunque sea fatal).
    Porque Belén Vecchi dice mucho; y lo dice sin apelar a lo discursivo: logra que la idea emerja en medio de la delicadeza de las imágenes.
    Hay espesor y hay aire.

   Es un buen libro, decididamente.


miércoles, 12 de noviembre de 2014

plumas - Marcelo Rubio


De las cuatro sólo una logró volar a tiempo. Es que el Wolks aceleró demasiado los últimos metros y ellas, distraídas en el confort de picotear migajas sobre el pavimento, no reaccionaron. El auto no fue la trampa, apenas el ejecutor del acto. No las oí emitir un sonido, sólo el golpe seco contra el paragolpes y la rueda destrozando el cuerpo de una.
Mientras esperaba el cambio de rojo a verde las plumas volaron por la avenida. Cuando subí al colectivo todavía se bamboleaban en el aire varias de color negro veteadas con banco y gris. Debía cruzar la ciudad para ir a casa de mi mujer. Al día de hoy me niego a ponerle el título de ex, no por una cuestión de propiedad o de orgullo, sino porque detesto viajar tanto tiempo para nada o tal vez por no darle a ella todo los gustos.
Ella vive en un lindo barrio fuera de la ciudad. Uno de esos nuevos, con casas rodeadas de amplios jardines donde hay suficiente espacio para la pileta de natación. La casa de mi mujer está pintada de color salmón y el tejado es de un verde oscuro. No estoy seguro si tiene un quincho en el fondo. Cuando llego, mi mujer -que quiere ser mi ex- me atiende desde la reja. Jamás he logrado traspasar ese vallado, incluso al momento de buscar a mi hija o dejarla de regreso.
El esposo de mi mujer es un artista consagrado. Cobra buenas sumas sólo por aparecer en algún programa de televisión. Desde que están juntos, algo más de diez años, ella ha crecido mucho en su profesión de arquitecta. Le sienta bien esta vida tranquila, relajada, lo digo sin haber compartido una charla porque, a decir verdad, no conversamos nunca en los últimos catorce años.
Sé que ella está feliz de no vivir cerca de mí. Según puedo ver, y aquí no hace falta confesión alguna, el barrio es tranquilo, calles asfaltadas recientemente, poco tránsito. Estoy seguro de que esas que en la ciudad no pudieron volar a tiempo, allí no tendrían problemas. Es tan largo el viaje que tuve tiempo de recordar al hombre que bajo la autopista cuida de las mismas que arrasó el Wolks, les pone alimento y mientras ellas comen las rodea con un cerco de alambre. Una tarea tan noble e inútil al mismo tiempo. Él vive en un rancho de cartón, tiene más problemas que mi mujer o yo, pero no le importa pasar horas procurando enseñarles a ellas cómo sobrevivir en la ciudad.
Mi hija tampoco tiene problemas serios, al menos que yo sepa. No es amante de vivir conmigo, quizá por mi mal humor o por la pequeñez de los tres ambientes de mi departamento. Viene algunos fines de semanas y desde que ha crecido cada vez lo hace con menos frecuencia. Lo único que ama de la ciudad es poder salir por las noches y con sus quince años volver a cualquier hora. Yo no pregunto nada ni exijo, le pido igual respeto sobre mis cosas. No pienso como mi mujer, creo que si algo debe pasar, pasará.
Puedo ofrecerle a mi hija comida y un cuarto confortable, yo, a su edad, ni siquiera tenía vida propia. Cuando me casé con su madre tampoco la tuve, al poco tiempo quedó embarazada y al tercer año, como no podía ser de otra manera, nos separamos. A mi mujer le llevó algún tiempo llegar al barrio donde las casas tienen jardines amplios y las calles ignoran lo que es el verdadero tránsito.
Mi hija, de quien estoy seguro también quiere el título de ex, suele decirme que todo mi departamento cabe en la heladera de su madre. No soy de llevarle la atención a ese tipo de comentarios, prefiero ignorarlos aunque por algún tiempo queden dando vueltas en mi cabeza. He soñado varias veces cómo meter mi departamento dentro de una heladera, dándole un orden lógico a los ambientes y logrando ventilarlo para que al llegar mi hija no perciba el olor a porro. Prefiero callar todos los resultados.
Aquella mañana de las plumas en la avenida, mi ex suegra me había dado un sobre con papeles para entregar a su hija. Ellas no se hablan desde ya no sé cuantos años, ni recuerdo el motivo, pero las mujeres tienen esa capacidad de memorizar cada palabra, cada pelea y el momento en que ocurrieron. Cuando nos hablábamos, mi mujer me recordaba discusiones de las que yo no tenía el menor registro de haber protagonizado, ofreciéndome detalles de horarios y lugares.
Mi ex suegra y mi mujer se pelearon y ninguna quiere oír hablar de la otra, yo soy el hilo que las une. Están pendientes de sus vidas a través de mí. Suelen preguntar “¿Cómo está ella?” y supongo que no oyen mi respuesta, pero necesitan hacer esa pregunta. Por suerte carezco de este tipo de problemas. Según conozco, mi madre murió el día que nací. Eso lo contó mi padre, que falleció cuando cumplí los dieciocho. El alcohol lo llevó a un límite que no lo dejó regresar y se llevó a la tumba cualquier secreto de mi niñez.

Volviendo al día de las plumas, llevaba documentos en el sobre que me había dado mi ex suegra. Bajé del colectivo sobre la ruta, caminé las dos cuadras hasta la casa salmón con tejas verdes oscuras No debía preocuparme por los semáforos ni los coches. Toqué el timbre y mi mujer vino hasta la reja. La monotonía fue algo que siempre dominó nuestra vida. Le extendí los papeles y ella hizo la pregunta de costumbre. Dije que bien, con sus dolencias, como siempre. Luego referí la historia de las tres que no pudieron levantar vuelo a tiempo. Mi mujer me observó igual que si aún fuera mi mujer y dio las órdenes para que el sábado pasara a buscar a mi hija; recalcó que fuera puntual, que llevara dinero para el remís y otras cosas imposibles de recordar porque yo pensaba en cómo logró seguir viviendo una y sonreí, comencé a comprender lo sucedido en aquella avenida.

martes, 11 de noviembre de 2014

a mansalva - Sandra Pasquini

…la poeta parece acostarse con la muerte en un movimiento circular en el que un dios la salva en cada poema para arrojarla nuevamente en sus brazos. Una y otra vez emerge para tomar aire y vuelve a zambullirse.
Es la palabra la que celebra el conjuro, y Sandra Pasquini está siempre presente para pronunciarla.

Su poesía prolífera y visceral salta como una tigresa herida:
desde la chienne a la madre: sangra con el hijo amortajado colgando    entre las piernas.
Se hermana en el sufrimiento de la amiga enferma:  adivino lo que cabe entre tus gestos (…)y quiero soldarme a cada uno de tus huesos. Abre a nuestros ojos los tatuajes del amor: Ahora que la noche dibuja/en el flanco enardecido de tu cuerpo/filigranas con la sangre de mi herida.
Halla al padre:...y los bulevares se bifurcaban como nubes en el azul tremendo de sus ojos.

Cuando Dios aparta la mirada/y desvía el curso de las cosas:

es ella la celadora de sus muertos, unas veces en la plenitud del don, otras valiéndose de las sobras que quedan después del banquete, de la depredación, de la voracidad con que el mundo fagocita a sus vasallos,
es ella la que vislumbra la amenaza latente: como si la boca del mundo quisiera cerrarse una vez más sobre nosotros...


Sandra Pasquini usa la palabra como un puñal con el que abre heridas en el alma y las muestra al mundo. Tajos de literatura, eso produce la poesía de Sandra, no tiene piedad con la ferocidad de las frases, exorciza todos los demonios sin temor. A Mansalva deshace el universo y lo reconstruye a su antojo, con sobrado talento y una fe ciega en poder ofrecer al lector, imágenes poderosas. Los poemas que componen A Mansalva son fotogramas, cuadros exactos que no dan respiro al lector, lo mantienen alerta y deseando por más. Pasquini articula la belleza, el amor, la violencia y la muerte de forma tal que los convierte en “monstruos”, no una caricatura, sino criaturas deformes por necesidad y no elección. Las metáforas con usadas como una daga de doble filo que abre surcos en el lector, dejándolo tambaleante entre el placer y el asombro. Pasquini maneja, como nadie, el lenguaje del dolor, las vocales de la violencia y el sílaba por sílaba de la muerte. No le gusta la liviandad de la poesía, por el contrario Sandra se asume como poeta vehemente, corriendo en el abismo de los tiempos sin cordel de seguridad, libre pero comprometida. En A Mansalva la muerte cobra vida y el dolor luce con las mejores galas. Cuando Sandra habla de sangre, los lectores sentimos el líquido viscoso recorriendo los dedos. Ella no sólo habla de los muertos, también aúlla por ellos, conociendo la voz de la muerte, sin temor, orgullosa, Sandra, de poder conocer esos códigos. Pasquini funda sobre los cimientos de la literatura moderna, una forma de poema tan propia como única, que lacera, estimula, soprende. Para suerte de todos, cuando uno termina de leer A Mansalva, el mundo no vuelve a ser el mismo, la poesía tampoco. Marcelo Rubio


1-

Caigo desnuda de su boca
tumbada sobre el rastrojo de mis muertos
animales que cortan el aire de tu aliento
vienen en la noche
cuando las lámparas apagan su destello
pueden tornar sobre la herida
reiterar perpetuamente el tajo
para decir el hambre con los ojos
el coagulo negro que oscurece la pupila
el deseo invertebrado lamiendo las costillas
todos los nombres se repiten
el tuyo siempre amortajado
el lecho extinto de algún río
el contrapunto de tus labios
volver así sobre los pasos
a instancia del vacío
ahora que otra voz nombra todo lo acabado.

5-


¿Cómo entra la muerte así por la ventana?
con su pulmón de fango
degollando la madrugada
con su avidez de tragaluz
con el hijo amortajado colgando entre las piernas
ahora viene
de Agosto imperturbable
avanza
con un ramo de fuego  sobre el pecho
con su medio cuerpo de loba
desbaratada
enciende las quemaduras de la noche
finge ceguera de cíclope
guarecida en tu osamenta
escarba palabras para decir el ataúd que te nombra
enardecida
abandona tu rostro en los espejos.

7-

Cuando mi Padre dice agua quiere decir sombra
dice pan para decir boca
tiembla y sus piernas se doblan como las de una marioneta
cuando mi Padre me mira con su mirada hueca
con sus terribles cuencas vacías
-no es a mí- es al mundo a quien mira
eleva el aliento mi Padre para decir la nada
y los bulevares se bifurcaban como nubes en el azul tremendo de sus ojos
todo lo envuelve en su fuego
ojos de jade pulido
atado de pies y manos a una cama
como un cristo postrado en su colchón de olvidos
fabula mi Padre fantásticas visiones y ríe como un niño
cuando mi Padre dice -hija- un yunque brutal cae de sus labios
confirma la sed y los abismos
duerme con la muerte apretada contra el cuerpo
como restos de fotografías calcinadas
ríe mi Padre como un recién llegado
deambula en el recuerdo por los corredores de la infancia
cambia de nombre
de ciudad
de padres
y de hija
me despierta a media madrugada aullando
dice que se quema
que sus huesos se queman
que todo el es una inmensa llamarada
llora acurrucado como un niño
ruge como un desesperado
el dolor lo va abrasando
va tallando su agonía
cuando mi Padre dice muerte quiere decir -cuerva horadando-
costado roto por sus filos
todo él es como una cuadriga adormecida con venenos
sostenido por las pinzas del letargo
brota la voz de mi Padre como volutas negras hacia el cielo
se arranca con las uñas la palabra que lo atora
siente como el tiempo le trepana la osamenta
cuenta los silencios y las pausas del jadeo
languidece mi Padre en lo sagrado
y dice -la putrefacción no es más que un hecho-
y es que lentamente va sabiéndose cadáver.

de A Mansalva - Textos Intrusos, 2014